¡Muchísimas gracias santidad por ser nuestro guía y tan Buen Pastor de nuestras almas!. ¡Por inundarnos de alegría Pascual a las familias!:
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html
Es muy clara en el reconocimiento de los derechos de la mujer, tratando con absoluta realidad y visión adecuada al momento actual, los problemas que todavía padecen muchas mujeres: maltrato familiar, distintas formas de esclavitud masculina; violencia verbal, física y sexual; la mutilación genital; desigualdad de acceso a puestos de trabajo dignos; el alquiler de vientres, mercantilización del cuerpo femenino; machismo ante la visión de emancipación de la mujer. Reconociendo la idéntica dignidad entre el varón y la mujer:
54. En esta breve mirada a la realidad, deseo resaltar que, aunque hubo notables mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer y en su participación en el espacio público, todavía hay mucho que avanzar en algunos países. No se terminan de erradicar costumbres inaceptables. Destaco la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que no constituyen una muestra de fuerza masculina sino una cobarde degradación. La violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos matrimonios contradice la naturaleza misma de la unión conyugal. Pienso en la grave mutilación genital de la mujer en algunas culturas, pero también en la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman las decisiones. La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase, pero recordemos también el alquiler de vientres o «la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática»[42]. Hay quienes consideran que muchos problemas actuales han ocurrido a partir de la emancipación de la mujer. Pero este argumento no es válido, «es una falsedad, no es verdad. Es una forma de machismo»[43]. La idéntica dignidad entre el varón y la mujer nos mueve a alegrarnos de que se superen viejas formas de discriminación, y de que en el seno de las familias se desarrolle un ejercicio de reciprocidad. Si surgen formas de feminismo que no podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos.......
La educación de los hijos, la revolución biotecnológica que hace la vida humana y la paternidad y maternidad realidades descomponibles sujetas a los deseos del individuo independiente de la relación sexual entre el hombre y la mujer. Alertando que no caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador:
56. Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo»[45]. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar»[46]. Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas»[47]. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada.
Da gracias a Dios porque muchas familias viven en el amor:
57. Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante «collage» formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos.
Nuestra esperanza sobre el matrimonio debe inspirarse a la luz del amor y la ternura, con Cristo vivo en tantas historias de amor:
59. Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo.
Matrimonio don del Señor que debe de respetarse e incluye la sexualidad:
61. Frente a quienes prohibían el matrimonio, el Nuevo Testamento enseña que «todo lo que Dios ha creado es bueno; no hay que desechar nada» (1 Tt 4,4). El matrimonio es un «don» del Señor (cf. 1 Co 7,7). Al mismo tiempo, por esa valoración positiva, se pone un fuerte énfasis en cuidar este don divino: «Respeten el matrimonio, el lecho nupcial» (Hb 13,4). Ese regalo de Dios incluye la sexualidad: «No os privéis uno del otro» (1 Co 7,5).
La historia de la familia humana en Nazaret que conmueve al mundo:
65. La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la fiesta de los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en fuga a Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido y humillado; en la religiosa espera de Zacarías y en la alegría que acompaña el nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de Jesús adolescente. Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume a familia. Es el misterio que tanto fascinó a Francisco de Asís, a Teresa del Niño Jesús y a Carlos de Foucauld, del cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza y su alegría.
El Sacramento del matrimonio como don para la santificación y la salvación de los esposos, testigos de la salvación, la decisión de casarse y de formar una familia debe de ser fruto de discernimiento vocacional:
72. El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes»[64]. El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional.
El sacramento no es una cosa, es Cristo mismo quien sale al encuentro de los esposos cristianos, permanece con ellos. El matrimonio cristiano indica cuanto amó Cristo a su Iglesia y hace presente ese amor en la Comunión con los esposos, invitando a invocar al Señor para que derrame su propio amor en los límites de las relaciones conyugales:
El sacramento no es una «cosa» o una «fuerza», porque en realidad Cristo mismo «mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos (cf. Gaudium et spes, 48). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros»[66]. El matrimonio cristiano es un signo que no sólo indica cuánto amó Cristo a su Iglesia en la Alianza sellada en la cruz, sino que hace presente ese amor en la comunión de los esposos. Al unirse ellos en una sola carne, representan el desposorio del Hijo de Dios con la naturaleza humana. Por eso «en las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero»[67]. Aunque «la analogía entre la pareja marido-mujer y Cristo-Iglesia» es una «analogía imperfecta»[68], invita a invocar al Señor para que derrame su propio amor en los límites de las relaciones conyugales.
La unión sexual santificada por el Sacramento es camino en la gracia de los esposos, el "misterio nupcial", la entrega del uno al otro para compartir la vida dan significado a la secualidad liberando de ambigüedad; toda la vida de los esposos y las relaciones con sus hijos y el mundo, estará fortalecida con la gracia del sacramento, y siempre podrán invocar al Espíritu Santo para que la gracia se manifieste en cada situación:
74. La unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos. Es el «misterio nupcial»[69]. El valor de la unión de los cuerpos está expresado en las palabras del consentimiento, donde se aceptaron y se entregaron el uno al otro para compartir toda la vida. Esas palabras otorgan un significado a la sexualidad y la liberan de cualquier ambigüedad. Pero, en realidad, toda la vida en común de los esposos, toda la red de relaciones que tejerán entre sí, con sus hijos y con el mundo, estará impregnada y fortalecida por la gracia del sacramento que brota del misterio de la Encarnación y de la Pascua, donde Dios expresó todo su amor por la humanidad y se unió íntimamente a ella. Nunca estarán solos con sus propias fuerzas para enfrentar los desafíos que se presenten. Ellos están llamados a responder al don de Dios con su empeño, su creatividad, su resistencia y su lucha cotidiana, pero siempre podrán invocar al Espíritu Santo que ha consagrado su unión, para que la gracia recibida se manifieste nuevamente en cada nueva situación.
Matrimonio es una íntima comunidad de vida y amor, con sexualidad ordenada al amor conyugal de hombre y mujer, el niño que llega brota del corazón mismo del don recíproco:
80. El matrimonio es en primer lugar una «íntima comunidad conyugal de vida y amor»[80], que constituye un bien para los mismos esposos[81], y la sexualidad «está ordenada al amor conyugal del hombre y la mujer»[82]. Por eso, también «los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente»[83]. No obstante, esta unión está ordenada a la generación «por su propio carácter natural»[84]. El niño que llega «no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento»[85].
La familia es el santuario de la vida, es inalienable derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de la madre que de ningún modo es derecho sobre el propio cuerpo tomar decisiones sobre esa vida. Protege la vida en todas sus etapas y recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia y derecho a la muerte natural, con rechazo de la pena de muerte:
83. En este contexto, no puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada. Es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso, «a quienes trabajan en las estructuras sanitarias se les recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia», sino también «rechaza con firmeza la pena de muerte»[93].
La Iglesia es familia de familias:
87. La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas. Por lo tanto, «en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia. En esta perspectiva, ciertamente también será un don valioso, para el hoy de la Iglesia, considerar la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana»[102].
Carácteristicas del amor verdadero según San Pablo:
90. En el así llamado himno de la caridad escrito por san Pablo, vemos algunas características del amor verdadero:
«El amor es paciente,
es servicial;
el amor no tiene envidia,
no hace alarde,
no es arrogante,
no obra con dureza,
no busca su propio interés,
no se irrita,
no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).
es servicial;
el amor no tiene envidia,
no hace alarde,
no es arrogante,
no obra con dureza,
no busca su propio interés,
no se irrita,
no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).
Pasión dentro del amor:
146. Por otra parte, si una pasión acompaña al acto libre, puede manifestar la profundidad de esa opción. El amor matrimonial lleva a procurar que toda la vida emotiva se convierta en un bien para la familia y esté al servicio de la vida en común. La madurez llega a una familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores sino que sigue a su libertad[141], brota de ella, la enriquece, la embellece y la hace más armoniosa para bien de todos.
Y a partir de este punto, os dejamos a todos que disfruteis de la Alegría del Amor, y sigáis leyendo con entusiasmo todo el contenido de la Exhortación, vale la pena porque Dios ama el gozo de sus hijos:
147. Esto requiere un camino pedagógico, un proceso que incluye renuncias. Es una convicción de la Iglesia que muchas veces ha sido rechazada, como si fuera enemiga de la felicidad humana. Benedicto XVI recogía este cuestionamiento con gran claridad: «La Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?»[142]. Pero él respondía que, si bien no han faltado exageraciones o ascetismos desviados en el cristianismo, la enseñanza oficial de la Iglesia, fiel a las Escrituras, no rechazó «el eros como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros [...] lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza»[143].......
152. Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos. Siendo una pasión sublimada por un amor que admira la dignidad del otro, llega a ser una «plena y limpísima afirmación amorosa», que nos muestra de qué maravillas es capaz el corazón humano y así, por un momento, «se siente que la existencia humana ha sido un éxito»[154].
“Amoris laetitia”
“La alegría del amor”
Exhortación Apostólica "Amoris
Laetitia" sobre el amor en la familia, y un resumen distribuido por la
oficina de prensa de la Santa Sede.
Resumen de “Amoris laetitia”
Distribuido por la oficina de prensa de la Santa Sede
La exhortación apostólica post-sinodal sobre el amor en la familia “Amoris laetitia” (“La alegría del amor”) —fechada, no por
casualidad, el 19 de marzo, solemnidad de san José— recoge los resultados de
los dos sínodos sobre la familia convocados por el Papa Francisco en 2014 y
2015, por lo que las relaciones conclusivas de ambas asambleas son citadas
extensamente.
Las citas AL
= Amoris
laetitia 4
[en adelante se indicará con las siglas AL].
Junto a ellas, se citan documentos y enseñanzas de los últimos Pontífices y
se hace referencia también a las numerosas catequesis sobre la familia del
mismo Papa Francisco. Sin embargo, como ya ha sucedido en otros documentos
magisteriales, el Papa también hace uso de las contribuciones de diversas
conferencias episcopales del mundo (por ejemplo, Kenia, Australia y Argentina)
y de frases significativas de personas bien conocidas, como Martin Luther King
o Eric Fromm. Destaca particularmente una cita tomada de la película El festín de Babette, que el Papa utiliza
para explicar el concepto de gratuidad.
Premisa
La exhortación apostólica impresiona por su amplitud y estructura. Consta
de nueve capítulos y más de 300 párrafos. Se abre con siete párrafos
introductorios que evidencian que el Papa es consciente de la complejidad
del tema y de la profundización que requiere. Se afirma que las intervenciones
de los padres en el sínodo han conformado un “precioso poliedro” (Amoris laetitia 4 [en adelante
se indicará con las siglas AL]) que debe ser preservado.
En este sentido, el Papa escribe que “no todas las discusiones doctrinales,
morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones del magisterio”.
Por lo tanto para algunas cuestiones “en cada país o región se deben buscar
soluciones más inculturadas, atentas a la tradiciones y a los desafíos locales.
De hecho, “las culturas son muy diversas entre sí y todo principio general […]
tiene necesidad de ser inculturado, si quiere ser observado y aplicado” (AL 3).
Este principio de inculturación resulta verdaderamente importante incluso en el
modo de plantear y comprender los problemas que, más allá de las cuestiones
dogmáticas bien definidas del Magisterio de la Iglesia, no puede ser
“globalizado”.
Pero sobre todo el Papa afirma, inmediatamente y con claridad, que es
necesario salir de la estéril contraposición entre la ansiedad de cambio y la
aplicación pura y simple de normas abstractas. Escribe: “Los debates que se dan
en los medios de comunicación, en las publicaciones y aun entre ministros de la
Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente
reflexión o fundamentación, hasta la actitud de pretender resolver todo
aplicando normativas generales o extrayendo conclusiones excesivas de algunas
reflexiones teológicas” (AL 2).
Capítulo primero: “A la luz de la Palabra”
Expuestas estas premisas, el Papa articula su reflexión a partir de la
Sagrada Escritura en el primer capítulo, que se desarrolla como una meditación
sobre el Salmo 128, característico de la liturgia nupcial tanto judía como
cristiana. La Biblia “está poblada de familias, de generaciones, de historias
de amor y de crisis familiares” (AL 8) y a partir de este dato se puede meditar
cómo la familia no es un ideal abstracto sino un “trabajo artesanal” (AL 16) que se
expresa con ternura (AL 28), pero que se ha confrontado también con el pecado
desde el inicio, cuando la relación de amor se transforma en dominio (cfr. AL
19). Entonces la Palabra de Dios “no se muestra como un secuencia de tesis
abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que
están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino”
(AL 22)
Capítulo segundo: “La realidad y los desafíos de la familia”
A partir del terreno bíblico en el segundo capítulo el Papa considera la
situación actual de las familias, poniendo “los pies sobre la tierra” (AL 6),
recurriendo ampliamente a las relaciones conclusivas de los dos sínodos y
afrontando numerosos desafíos: el fenómeno migratorio, las negociaciones
ideológicas de la diferencia de sexos (“ideología del gender”), la cultura de lo
provisorio, la mentalidad antinatalista, el impacto de la biotecnología en el
campo de la procreación, la falta de casa y de trabajo, pornografía, el abuso
de menores, la atención de las personas con discapacidad, el respeto que
merecen los ancianos, la descomposición jurídica de la familia y la violencia
contra las mujeres. El Papa insiste en lo concreto, que es una propiedad
fundamental de la exhortación apostólica. Y son las cosas concretas y el
realismo los que ofrecen una substancial diferencia entre una teoría de
interpretación de la realidad y las ideologías.
Citando la Familiaris consortio Francisco afirma que “es
sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas
del Espíritu resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”, a
través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más
profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia” (AL 31). Por
lo tanto, sin escuchar la realidad, no es posible comprender las exigencias del
presente ni los llamados del Espíritu. El Papa nota que hoy el individualismo
exagerado hace difícil la entrega a otra persona de manera generosa (cfr. AL
33). Esta es una interesante fotografía de la situación: “Se teme la soledad,
se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el
temor de ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las
aspiraciones personales” (AL 34).
La humildad del realismo ayuda a no presentar “un ideal teológico del
matrimonio demasiado abstracto, casi artificialmente construido, lejano de la
situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales” (AL
36). El idealismo impide considerar al matrimonio como lo que es: “un camino
dinámico de crecimiento y realización”. Hay que evitar también pensar que se
sostiene a las familias “solamente insistiendo sobre cuestiones doctrinales,
bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia” (AL 37). Francisco,
invitando a una cierta “autocrítica” ante una presentación inadecuada de la
realidad matrimonial y familiar, explica que es necesario dar espacio a la
formación de la conciencia de los fieles: “Estamos llamados a formar las
conciencias no a pretender sustituirlas” (AL 37). Jesús proponía un ideal
exigente pero “no perdía jamás la cercana compasión con las personas más
frágiles como la samaritana o la mujer adúltera” (AL 38).
Capítulo tercero: “La mirada puesta en Jesús: la vocación de la familia”
El tercer capítulo está dedicado a algunos elementos esenciales de la
enseñanza de la Iglesia acerca del matrimonio y la familia. La presencia de
este capítulo es importante, porque ilustra de manera sintética, en 30
párrafos, la vocación de la familia según el Evangelio y según la comprensión
que de ella ha tenido la Iglesia en el tiempo. Desde esta perspectiva se
abordan los temas de la indisolubilidad, la sacramentalidad del matrimonio, la
transmisión de la vida y la educación de los hijos. Son ampliamente citadas
la Gaudium et spes, del Vaticano II, la Humanae vitae,
de Pablo VI, y la Familiaris consortio, de Juan Pablo II.
La mirada es amplia e incluye también las situaciones
imperfectas. Escribe Francisco : “El discernimiento de la presencia de las semina
Verbi en otras culturas (cfr. Ad gentes, 11) puede ser
aplicado también a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero
matrimonio natural, también hay elementos positivos presentes en las formas
matrimoniales de otras tradiciones religiosas, aunque tampoco falten las
sombras” (AL 77). La reflexión hace referencia también a las familias heridas, hablando de ellas el
Papa afirma —citando la relatio finalis del sínodo de 2015—
que “siempre es necesario recordar un principio general: “Sepan los pastores
que, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones”
( Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es
igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de
decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina debe expresarse con
claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de
las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven
y sufren a causa de su condición” (AL 79).
Capítulo cuarto: “El amor en el matrimonio”
El cuarto capítulo trata del amor en el matrimonio, que es ilustrado a
partir del himno al amor de san Pablo (cfr. 1 Cor 13, 4-7). El capítulo es en
realidad una exégesis atenta, puntual, inspirada y poética del texto paulino.
Se trata como de una colección de fragmentos de un discurso amoroso que está
atento a describir el amor humano en términos absolutamente concretos. Destaca
la capacidad de introspección psicológica que se evidencia en esta exégesis: la
profundización psicológica entra en el mundo de las emociones de los cónyuges
—positivas y negativas— y en la dimensión erótica del amor. Se trata de una
contribución extremadamente rica y preciosa para la vida cristiana de los
cónyuges.
A su modo este capítulo constituye un tratado dentro de la exhortación,
escrito con la conciencia de que la cotidianidad del amor es enemiga del
idealismo. “No hay que arrojar sobre dos personas limitadas —escribe el
Pontífice— el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión
que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica
“un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de
los dones de Dios” (Familiaris consortio, 9)” (AL 122). Pero por otra parte el Papa insiste de
manera fuerte y decidida en el hecho de que “en la naturaleza misma del amor
conyugal está la apertura a lo definitivo” (AL 123) y subraya que la alegría se
encuentra dentro del matrimonio cuando se acepta que este es una necesaria
combinación "de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de
sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias
y de placeres" (AL 126).
El capítulo concluye con una reflexión muy importante sobre la
“transformación del amor” porque “la prolongación de la vida hace que se
produzca algo que no era común en otros tiempos: la relación íntima y la
pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto se
convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez” (AL 163). El
aspecto físico cambia y la atracción amorosa no disminuye, pero cambia: el
deseo sexual con el tiempo se puede transformar en deseo de intimidad y
“complicidad”. “No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante
toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable,
comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y
vivir siempre una rica intimidad” (AL 163).
Capitulo quinto: “El amor que se vuelve fecundo”
El capítulo quinto está centrado en la fecundidad y la
generación. Se habla de las implicaciones espirituales y psicológicas de
recibir una nueva vida, de la espera propia del embarazo, del amor de madre y
de padre. Pero también de la fecundidad ampliada, de la adopción, de la
aceptación de la contribución de las familias para promover la “cultura del
encuentro”, de la vida de la familia en sentido amplio, con la presencia de los
tíos, primos, parientes de parientes, amigos.
En la exhortación la familia aparece como una amplia red de relaciones ya
que el sacramento del matrimonio, en sí mismo, tiene un profundo carácter
social (cfr. AL 186); el Papa destaca el papel específico de las relaciones
entre jóvenes y ancianos y entre hermanos y hermanas, pues permiten un
crecimiento en relación con los otros.
Capítulo sexto: “Algunas perspectivas pastorales”
En el sexto capítulo el Papa expone algunas vías pastorales para construir
familias sólidas y fecundas según el plan de Dios. En esta parte la exhortación
recurre abundantemente a las relaciones conclusivas de los dos sínodos sobre la
familia y a las catequesis de Francisco y de Juan Pablo II. Se recuerda que las
familias son sujeto y no solamente objeto de evangelización y se reconoce que
“a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los
complejos problemas actuales de las familias” (AL 202). Si por una parte es
necesario mejorar la formación psico-afectiva de los seminaristas e involucrar
más a las familias en la formación al ministerio (cfr. AL 203), por otra parte
“puede ser útil (…) también la experiencia de la larga tradición oriental de
los sacerdotes casados” (cfr. AL 239).
Después, el Papa afronta la necesidad de guiar a los novios en el camino de
la preparación al matrimonio y de acompañar a los esposos en los primeros años
de vida matrimonial (tratando el tema de la paternidad responsable). También
habla de la necesidad de acompañar en algunas situaciones complejas, en
particular, en las crisis, sabiendo que “cada crisis esconde una buena noticia
que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón” (AL 232). Se analizan
algunas causas de crisis, entre ellas, una maduración afectiva retrasada (cfr.
AL 239).
Se habla también del acompañamiento de las personas abandonadas, separadas
y divorciadas y se subraya la importancia de la reciente reforma de los
procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad matrimonial. Se
pone de relieve el sufrimiento de los hijos en las situaciones de conflicto y
se concluye: “El divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del
número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante
con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las
heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra
época” (AL 246).
Se tocan después las situaciones de matrimonios mixtos y de matrimonios con
disparidad de culto y se habla de las uniones de personas con tendencia
homosexual, que se deben respetar y que no deben ser ocasión de injusta
discriminación, de agresión o de violencia. Es muy valioso pastoralmente el
último epígrafe del capítulo, titulado “Cuando la muerte clava su aguijón”,
sobre la pérdida de personas queridas y sobre la viudez.
Capítulo séptimo: “Reforzar la educación de los hijos”
El séptimo capítulo está dedicado a la educación de los hijos: su formación
ética, el valor de la sanción como estímulo, el paciente realismo, la educación
sexual, la transmisión de la fe, y, más en general, la vida familiar como
contexto educativo. Es interesante la sabiduría práctica que transparenta cada
párrafo y, sobre todo, la atención a la gradualidad y a los pequeños pasos “que
puedan ser comprendidos, aceptados y valorados” (AL 271).
Hay un párrafo muy significativo, también pedagógicamente, en el que se
afirma que “la obsesión no es educativa" y que "no se puede tener un
control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo
[...]. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar
todos sus movimientos, solo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo
educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que
interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de
maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo
de la auténtica autonomía” (AL 261).
Es notable la sección dedicada a la educación sexual, titulada “Sí a la
educación sexual”. En ella, se sostiene su necesidad y se pregunta “si nuestras
instituciones educativas han asumido este desafío [...] en una época en la que
se tiende a banalizar y a empobrecer la sexualidad”. Es “en el cuadro de una
educación al amor, a la recíproca donación” (AL 280) en donde la sexualidad
debe realizarse. Se pone en guardia frente a la expresión “sexo seguro”, porque
transmite “una actitud negativa hacia la natural finalidad procreativa de la
sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que
protegerse. Así se promueve la agresividad narcisista en lugar de la acogida”
(AL 283).
Capítulo octavo: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”
El capítulo octavo constituye una invitación a la misericordia y al
discernimiento pastoral frente a situaciones que no responden plenamente a
aquello que el Señor propone. El Papa utiliza tres verbos muy importantes,
acompañar, discernir e integrar, que son fundamentales para afrontar
situaciones de fragilidad, complejas o irregulares. Asimismo, el Papa presenta
la necesaria gradualidad en la pastoral, la importancia del discernimiento, las
normas y circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral y, finalmente,
aquella que él define la “lógica de la misericordia pastoral”.
El capítulo octavo es muy delicado. Al leerlo se debe recordar que “a
menudo, la tarea de la Iglesia asemeja a la de un hospital de campaña” (AL
291). En esta parte, el Pontífice recoge los frutos de las reflexiones del
sínodo sobre temáticas controvertidas. Se recuerda qué es el matrimonio
cristiano y se agrega que “otras formas de unión contradicen radicalmente este
ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo”. La Iglesia,
por lo tanto, “no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas
situaciones que no corresponden todavía o ya no corresponden más a su enseñanza
sobre el matrimonio” (AL 292).
Sobre el “discernimiento” acerca de las situaciones “irregulares”, el Papa
observa que “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad
de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al modo en que las
personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296). Y escribe: “Se trata
de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de
participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una
misericordia inmerecida, incondicional y gratuita” (AL 297). Sin embargo, “los
divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy
diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones
demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y
pastoral” (AL 298).
En esta línea, acogiendo las observaciones de muchos padres sinodales, el
Papa afirma que “los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar
civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas
formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo”. “Su participación
puede expresarse en diferentes servicios eclesiales [...]. Ellos no sólo no
tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros
vivos de la Iglesia [...]. Esta integración es también necesaria para el
cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los
más importantes” (AL 299).
Más en general el Papa hace una afirmación extremadamente importante para
comprender la orientación y el sentido de la exhortación: “Si se tiene en
cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas [...] puede
comprenderse que no debería esperarse del sínodo o de esta exhortación una
nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Solo
cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de
los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que “el grado de
responsabilidad no es igual en todos los casos”, las consecuencias o efectos de
una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas” (AL 300).
El Papa desarrolla de modo profundo exigencias y características del camino
de acompañamiento y discernimiento en diálogo profundo entre fieles y pastores.
A este fin llama a la reflexión de la Iglesia “sobre los condicionamientos y
circunstancias atenuantes” en lo que reguarda a la imputabilidad y la
responsabilidad de las acciones y, apoyándose en Santo Tomas de Aquino, se
detiene sobre la relación entre “las normas y el discernimiento” afirmando: “Es
verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender
ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las
situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por
esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una
situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma” (AL
304).
En la última sección del capítulo, “La lógica de la misericordia pastoral”,
el Papa Francisco, para evitar equívocos, reafirma con fuerza: “Comprender las
situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni
proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que
una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los
matrimonios y así prevenir las rupturas” (AL 307).
Pero el sentido general del capítulo y del espíritu que el Papa quiere
imprimir a la pastoral de la Iglesia está bien resumido en las palabras
finales: “Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que
se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven
entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus
propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita
comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración
personal. E invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el
deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender
su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar
en la Iglesia” (AL 312). Sobre la “lógica de la misericordia pastoral” el Papa
Francisco afirma con fuerza: “A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral
al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que
la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor
manera de licuar el Evangelio” (AL 311).
Capítulo noveno: “Espiritualidad conyugal y familiar”
El noveno capítulo está dedicado a la espiritualidad conyugal y familiar,
“hecha de miles de gestos reales y concretos” (AL 315). Con claridad se dice
que “quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia
los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el
Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística” (AL 316). Todo,
“los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se
experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección” (AL 317).
Se habla entonces de la oración a la luz de la Pascua, de la espiritualidad del
amor exclusivo y libre en el desafío y el anhelo de envejecer y gastarse
juntos, reflejando la fidelidad de Dios (cfr. AL 319). Y, en fin, de la
espiritualidad “del cuidado, de la consolación y el estímulo”. “Toda la vida de
la familia es un “pastoreo” misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y
escribe en la vida del otro” (AL 322), escribe el Papa. Es una honda
“experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y
reconocer a Cristo en él” (AL 323).
En el párrafo conclusivo el Papa afirma: “ninguna familia es una realidad
perfecta y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una
progresiva maduración de su capacidad de amar [...]. Todos estamos llamados a
mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros
límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. ¡Caminemos
familias, sigamos caminando! [...]. No desesperemos por nuestros límites, pero
tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha
prometido” (AL 325).
La exhortación apostólica se concluye con una oración a la Sagrada Familia
(AL 325).
* * *
Como es posible comprender a través de un rápido examen de sus contenidos,
la exhortación apostólica Amoris laetitia no busca proponer un
“ideal” de familia, sino que quiere confirmar con fuerza su rica y compleja
realidad. En sus páginas se descubre una mirada abierta, profundamente
positiva, que no se nutre de abstracciones o proyecciones ideales, sino de una
atención pastoral a la realidad. El documento proporciona numerosas sugerencias
espirituales y consejos de sabiduría práctica, útiles a todas las parejas
humanas y a las personas que desean construir una familia. Se ve, sobre todo,
que es fruto del trato con personas que saben por experiencia qué es la familia
y qué implica vivir juntos por muchos años. La exhortación habla, de hecho, el
lenguaje de la experiencia.
Querido hermano:Invocando la protección de la Sagrada Familia de Nazaret, me complazco de enviarle mi Exhortación post-sinodal "Amoris laetitia" sobre la familia por el bien de todas las familias y de todas las personas, jóvenes y ancianas, confiadas a su ministerio pastoral. Unidos en el Señor Jesús, con María y José, le pido que no se olvide de rezar por mí. Franciscus |
No hay comentarios:
Publicar un comentario